Corría el año 2008 cuando la microbióloga Gina López Ramírez regresaba de uno de los ecosistemas más extremos del país.
Corría el año 2008 cuando la microbióloga Gina López Ramírez regresaba de uno de los ecosistemas más extremos del país. Entre su equipaje cargaba numerosos permisos administrativos y varias garrafas con agua de los manantiales termales del Parque Nacional Natural Los Nevados, ubicado en los departamentos de Caldas, Quindío, Risaralda y Tolima.
Junto con su tutora de doctorado, la bióloga e investigadora Sandra Baena Garzón, estaban tras las pistas de la desconocida y esquiva biodiversidad microbiana que habita en los ambientes más extremos de Colombia.
Lo que esta dupla de científicas no sabía era que en su equipaje transportaban un polizón: se había colado una microalga ancestral ―desconocida para la ciencia colombiana―, capaz de sobrevivir a condiciones extremas y con propiedades importantes para diversas industrias del país.
¿Un error microscópico o un acierto industrial?
De regreso al laboratorio de la Unidad de Saneamiento y Biotecnología Ambiental (USBA) de la Pontificia Universidad Javeriana, comenzaron a cultivar y caracterizar los organismos que colectaron durante su salida de campo. Los nuevos inquilinos del laboratorio debían crecer o mostrar cambios significativos en ausencia de luz.
A diferencia del resto, el polizón se mantuvo blanco y pequeño en el fondo del tubo de ensayo. “Si bien creció, no lo hizo de manera significativa para nuestros estudios. Pensamos en desecharlo, pero por error quedó junto a una ventana del laboratorio”, recuerda López Ramírez, doctora en Ciencias Biológicas y profesora de la Javeriana.
Quince días después, el organismo mostraba un color un verde intenso, como si se hubiera contaminado. “Sin embargo, al observarlo bajo el microscopio, se revelaron células gigantes”, dice la investigadora. ¿Cómo era posible que una microalga creciera en la luz y en la oscuridad, si en su mayoría son fotosintéticas? Se trataba casi de un misterio científico (que tardaría un par de años en resolverse).
Microalgas, microalgas y más microalgas
Estos organismos poseen una capacidad impresionante de adaptación a condiciones extremas. Según los científicos que las han investigado, las microalgas fueron las primeras formas de vida fotosintéticas del planeta, incluso anteriores a las plantas, y desempeñaron un papel crucial en la formación de la atmósfera, por su capacidad de fijar el CO2 y transformarlo en materia orgánica.
Esta increíble destreza las ha llevado a sobrevivir en condiciones extremas, como en los manantiales termales del Parque Nacional Natural Los Nevados y otros inusuales ambientes. Por esta razón, son organismos complejos de aislar y caracterizar y, en Colombia, la ciencia apenas ha descrito una decena.
Después de dos años de mantener al pequeño y desconocido huésped viviendo en el laboratorio, y gracias a la pasantía doctoral de López Ramírez en Alemania, reconocieron que se trataba de una microalga capaz de crecer tanto en luz como en oscuridad. En 2012, la nombraron Galdieria sp. USBA-GBX 832 y la resguardaron en la Colección de Microorganismos de la Javeriana.
Gracias a más de una década de investigación, han descubierto que esta microalga posee propiedades funcionales con actividades antioxidantes y antiinflamatorias, lo que les ha permitido obtener una patente en Colombia, en 2020, y está en trámite otra en Estados Unidos. “Este proyecto ha sido una excelente plataforma educativa, en donde se han formado ocho estudiantes de pregrado y posgrado. Se trata de una escuela científica”, afirma López Ramírez.
Aliados industriales
Esta cascada de coincidencias científicas también atrajo la atención de un gigante de la industria cosmética. En 2019, Belcorp, una multinacional de productos de belleza, conoció el proyecto y se alió con la Universidad Javeriana para desarrollar una fórmula cosmética, empleando los extractos de la microalga como materia prima. Algo inusual para Colombia, pues la mayoría de los ingredientes para los productos de esa industria son importados, y las alianzas entre el sector privado y las universidades suelen llegar en fases avanzadas de las investigaciones. En este caso, favorablemente, se anticiparon.
“La profesora Baena quería explorar si las microalgas podían tener aplicaciones en la industria. Después de reunirnos, descubrimos un interés y una curiosidad en común sobre la aplicabilidad de la ciencia javeriana en productos cosméticos”, recuerda Mauricio Guzmán Alonso, científico de exploración de Belcorp, quien abrió las puertas de esta multinacional y confió en la investigación de la microbióloga, incluso en sus primeros momentos.
Para Claudia Vanegas, experta en innovación tecnológica de la Dirección de Innovación de la Javeriana, las alianzas con empresas son significativas porque construyen relaciones de confianza con la academia para buscar o generar soluciones conjuntas.
En este momento, dice López Ramírez, iniciaron las pruebas para superar la producción de 15 litros de biomasa algal –el sustrato para su uso industrial–, y alcanzar 100 litros, un paso antes del nivel industrial. “Nuestra microalga nos brinda muchas posibilidades: podemos aprovechar su medio de cultivo, sus componentes internos y externos, y su capacidad de crecimiento tanto en luz como en oscuridad. Nuestro trabajo es un gran reto, pero también un valioso camino de aprendizaje”, concluye la investigadora.
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